La leja (Prólogo)

Qué cosas tienen las lenguas, tan caprichosas, que se niegan a verse encerradas del todo en las cuatro paredes de los señores académicos. Últimamente he descubierto, por ejemplo, que la lengua moldava desapareció por decreto. Durante la ocupación, los dirigentes de la URSS se esforzaron en alimentar y dar entidad al moldavo para acentuar una identidad diferente de la rumana. Después, cuando los rusos empezaron a verse como invasores, la lengua se vio también como un elemento secesionista, peligroso, y simplemente se borró, se les dijo que jamás había existido. Algunos académicos dijeron que no había suficientes diferencias entre el rumano y el moldavo como para considerarlas lenguas distintas. ¡Aunque hubiera cientos de miles de moldavos ajenos a aquella discusión de sabios que vivieron toda una vida en ese idioma!

La lengua, sin embargo, vive al margen de sus legisladores. En la nuestra, sin ir más lejos, una buena colección de reaccionarios escribimos sólo cuando queremos decir solamente y solo cuando queremos decir sin compañía, en contra del criterio de la venerable Real Academia Española.

Hace unas semanas leí una entrevista a la madre de Emmanuel Carrère, Hélène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Academia francesa. A sus noventaiún años es una dama. Pues bien, madame Carrère no permite que se le llame la secretaria perpetua, sino el secretario perpetuo. Ella es madame le secrétaire perpétuel. Me parece respetabilísimo, por supuesto, pero no deja de ser una incongruencia con el desarrollo de la lengua, que vive a espaldas de sus gobernantes.

Todo este preámbulo sólo pretendía justificar el título de esta nueva sección del Pequod. Leja es la palabra que utilizan en Murcia para decir estante. ¿Y son lo mismo acaso un estante que una leja? ¡Vive Dios que no! En casa de mis padres los muchos libros estuvieron siempre colocados en estantes (a excepción de los míos, que solían andar desperdigados por ahí). Sin embargo, hete aquí que me he casado nada más y nada menos que con una murciana. Durante las semanas que pasamos montando nuestra casa levantamos con orgullo nuestra pequeña biblioteca. Y esta bibliotequilla de estanterías blancas de Ikea ya no tiene estantes, sino lejas. Cuando escribo la palabra reverbera contra el suelo de madera y se escapa por la ventana abierta al verano de Navarra.

Con las palabras pasa un poco como con las maderas. Una plancha de pino y una de roble pueden cumplir las mismas funciones, de acuerdo. ¿Pero es eso la sinonimia? Cada madera tiene su aroma, su tono, sus vetas. De alguna forma misteriosa guarda la memoria del bosque en el que se crió (y no crio, como sugiere la RAE). No me diréis que la palabra leja no desprende desde lejos el perfume del bosque joven, el baile alegre de las ninfas que celebran una nueva vida en común. Que no tiene el color de dos pares de ojos mirando al mismo horizonte. Que no, que no.

Por eso no tiene nada que ver una leja con un estante, y por eso en este barco he decidido montar la primera y no el segundo. ¿Y qué pondremos sobre ella? Bueno, esa es la parte sencilla de toda esta historia. La leja es una colección de reseñas de libros sin ninguna pretensión de orden o criterio. Sencillamente me he dado cuenta de que, por ocio y por negocio, leo unos cuantos libros al año, y me ha parecido bien compartirlos con quien quiera. ¡Bienvenido!

Foto de Henar Langa en Unsplash

2 respuestas a «La leja (Prólogo)»

  1. Precioso texto, Teo. Leja es palabra usada aún en algunos pueblos de Andalucía oriental (sobre todo en las provincias de Granada y Almería) para referir al estante de cocina.
    También yo tengo dificultad con retirarle la tilde a sólo (y a éste). Lo planteé hace unos días en twitter y un profesor de literatura me lo recriminó recomendándome ‘no entrar en ese jardín’… Enhorabuena y gran abrazo

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