Que desembuchen

No frecuento esa clase de libros, pero faltaba una hora para la salida del tren y me entretuve en esas eclécticas baldas de una desordenada tienda de Atocha que lo mismo te vende una bufanda del Barça que un imán de sevillana que un cuaderno de sudokus. Los libros se podían clasificar fácilmente en dos: los que te enseñan a hacerte rico y los que te enseñan a ser feliz. Muchos parecen tener una extraña querencia por lo oriental: El monje y el millonarioEl monje que vendió su Ferrari

Todo aquello me recordó la noticia que salía de vez en cuando en esos telediarios medio llenos, atravesados de olas de calor y de inauguraciones, de la persona más feliz del mundo: Matthieu Ricard, un monje budista francés asesor del Dalái Lama. Leí una entrevista que le hizo la BBC y dice muchas cosas muy sensatas, entre ellas que él no es el tipo más feliz del mundo —cosa empíricamente indemostrable— y que la felicidad tiene más que ver con la práctica de las virtudes —no con esas palabras, pero dice eso— que con la búsqueda del placer o —¡oh!— de la felicidad.

Pensé en la gente que conozco que se ha puesto como meta ser feliz. Todos han fracasado estrepitosamente en una borrasca de relaciones tóxicas o de trabajos hiperexigentes. Algunos ni siquiera eso; algunos simplemente se han estampado con la realidad (al final la nota no te da, la chica no te quiere, la plaza se la queda el otro y la fiesta no cumple) y, después de un lógico duelo por las expectativas frustradas, han acabado aceptando que la felicidad es imposible y se conforman con domésticos equilibrios, un toma y daca de entrega y egoísmos. ¿Cuánto placer es razonable a cambio de este sacrificio?

Y sin embargo, a pesar de todas las pruebas en contra, yo conozco a gente feliz. Incluso diría que conozco a gente felicísima. ¿Cuál es, maldita sea, el secreto de la felicidad? Me dan ganas de levantarlos de la pechera y no soltarlos hasta que desembuchen. Que no se lo guarden para ellos porque somos millones los que andamos como zombis por las estaciones de tren husmeando los libros que prometen lo que ellos poseen. 

Compré hace tiempo aquella antología de Miguel d’OrsEl misterio de la felicidad, y encontré —creo— parte de la respuesta en el poema Aniversario, aunque algo triste: «La Felicidad consiste en no ser feliz y que no te importe». Supe que tenía ahí delante, en forma de tragedia, algo de la verdad. Pero esta semana me he caído en unos versos de Enrique García-Máiquez que me han sacado por fin de mi zozobra:

«El secreto de la felicidad

está en guardarlo: no buscarla nunca.

Si tratases de ser feliz, darías

vueltas y vueltas y más vueltas y acabarías dónde…

Lejos.

Que sean muy felices los que quieran,

aunque yo les deseo algo mejor.

Reírse de sí mismos sin reparos,

tratar a los demás sin pretensiones

y parecer felices

a los ojos de aquéllos que les aman».

Imagen destacada: Michał Parzuchowski en Unsplash

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