Kalokagathia

Estábamos empapados y muertos de frío. Eras tan implacable, con el pelo cayendo hecho salitre sobre tu pecho esbelto, forrado de neopreno. Me vi a mí mismo como Camus o como Verlaine, con un fondodelmar que se me desbordaba. Tú habías nacido en esa cala entre Biarritz y Géthary. No tenías pasado ni manchas, salvo esa pequita del escote. Viniste conmigo en un Golf verde oliva matrícula de Bizkaia, pero no tenías historia, ni familia, ni exnovio, ni estudios ni diario ni teléfono móvil. No tenías nada de todo aquello porque cualquiera de esas cosas hubiese desvirgado tu perfecto anonimato. Yo, por si acaso, nunca te pregunté. Tú tampoco quisiste saber nada.

Me enseñaste a coger las olas y a cabalgar la mar, tan purasangre. Luego nos acurrucamos entre las rocas, junto con los cangrejos, a salvo de la civilización y de las rutinas. Entonces podría haberte hecho el amor salvajemente. Hubiese sido una escena espléndida, los dos desnudos, revolcándonos en las rocas de una playa virgen del Atlántico francés, compitiendo con el viento por ver quién grita más fuerte. Pero no, no lo hice. Preferí mirarte a los ojos y dejar tu cuerpo tan inmaculado como tu pasado. En lugar de eso, hablamos de Sartre, de la biblioteca de Borges, de Dios, de la isla de Calypso y del autómata perdido de Vaucanson.

Después hicimos planes para el futuro. Tú tenías una cámara Kodak del sesenta y tres, así que decidimos buscar los lugares del mundo donde nadie había visto jamás el amanecer. Al principio pensamos en fotografiarlo todo y contar nuestra historia, pero después escogimos el silencio, porque cualquier palabra que escribiésemos estropearía la pureza de la verdad. Sólo lo sabíamos tú yo, y al pensarlo, nos deshicimos en aquella orilla del Atlántico.

En toda mi vida, aquella tarde fue la única vez que recuerdo haber sido feliz. Después acercamos nuestros labios todo lo que pudimos, sin llegar a besarnos. Después fue suficiente. Aquello era todo lo que podía acercarme a ti sin estropearte. Te dejé en una estación de autobuses y no miré en qué dirección te ibas. Ojalá nunca vuelva a verte, para que puedas seguir siendo lo que eres.

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