
I. Introducción
“Tengo mucha fe en el futuro. Si tuviera dieciocho años, volvería a estudiar Periodismo”.1 Lo dice Ramón Lobo en una extensa conversación sobre periodismo de guerra con Mikel Ayestaran. Esta postura parece contradecir el discurso más común sobre el futuro del periodismo, que se presenta habitualmente como una postura fatalista: sectarismo, noticias falsas, crisis del papel, recortes en Investigación y en Internacional, salarios irrisorios, paro juvenil, autocensura… ¿Qué tiene esta especialidad de la profesión que hace que a pesar de las malas noticias se la siga considerando la quintaesencia del periodismo? ¿Por qué sigue resultando tan atractiva?
Una vez presentaron a un reconocido catedrático de Historia del Periodismo a un joven estudiante de Periodismo. El estudiante, incómodo delante de una eminencia como aquel hombre, no sabía qué preguntarle, así que le preguntó, porque le parecía que ya sabía la respuesta, si veía muy negro el futuro del Periodismo. El anciano profesor miró muy extrañado al joven y le dijo que por supuesto que no, que después de una crisis sólo puede venir algo mejor. Que las nuevas generaciones tienen mucho talento y van a reinventar el periodismo y la forma de contar historias.
El joven quedó sorprendido e ilusionado, porque realmente quería dedicar su vida al reporterismo, pero no creía que aquello fuera posible, con el horizonte oscuro que los analistas suelen presentar para los jóvenes graduados en Periodismo. El reporterismo es esa especialidad del periodismo que consiste en ir al lugar donde ocurren las cosas, ver, tocar, oír, escuchar, y luego contar en profundidad qué es lo que pasa en el mundo.
¿Por qué alguien querría dedicarse a esto? Dice Almudena Ariza –mujer, madre y reportera- que: “Hay algún tipo de corriente eléctrica que me hace vibrar en esas coberturas. Y creo que tiene que ver con el sabor que la vida deja cuando se exhibe en su grado de intensidad máxima. Y puede ser un sabor amargo, agrio y áspero, el que dejan hechos dolorosos y tristes. Pero hay también un sabor dulzón, el de la esperanza, la compasión, la dignidad y el valor. En medio de cualquier infierno siempre hay algún instante luminoso”.2
El reporterismo es una vocación. Pero no basta con saberse llamado: ¿qué más necesita un buen reportero? En estas páginas se busca arrojar un poco de luz sobre las capacidades de un buen reportero, que analizamos a continuación.
II. Humildad y curiosidad
Lluís Foix cuenta en Los ojos de la guerra, un libro homenaje a Miguel Gil, una anécdota sobre su cobertura de la guerra entre Irán e Irak de los años ochenta. Él estaba pelando una mandarina. El aire traía el olor de los cadáveres descomponiéndose en primera línea. “¡Esto es un desastre!” –le dijo a Manu Leguineche, que cubría el mismo conflicto. “No te preocupes, Luis, tú cuenta lo que veas, porque luego vendrán los historiadores para decir lo que ha pasado”.3
A nuestro juicio, esta es la actitud que ha de tener un buen reportero. Ir, ver, escuchar, contar. No pretende ser omniabarcante ni sentar cátedra. La virtud fundamental del reportero es la humildad: humildad para agachar la cabeza ante la realidad y aprender de ella, para luego poder contarla sin prejuicios. Es contraproducente que un periodista sepa lo que va a escribir antes de hacer la cobertura. David Beriain cuenta en una entrevista que “ese es el sentido de nuestro trabajo. Debemos ponernos en la piel de otras personas, incluso de aquellas con las que no queremos tener nada que ver. […] La humildad de saber que eres un paracaidista en una realidad que no es la tuya es lo más importante, porque no hay mayor ignorante que el que cree que sabe”4.
En toda vocación al reporterismo hay una dosis importante de curiosidad que necesita ser sazonada con la humildad para que no sea estéril. El buen reportero quiere saber cómo es el mundo, experimentarlo de primera mano para poder contarlo después, y eso exige el ejercicio, más difícil a medida que pasan los años de trabajo, de no enjuiciar la realidad ni a sus protagonistas. Es la forma más acertada de mantener la mirada limpia al acercarse al mundo.
III. Subjetividad y honestidad
Kiko Llaneras publicó en Jot Down un artículo defendiendo la objetividad titulado Sobre la objetividad: existe, importa y está al alcance de los niños5, en el que reivindica la objetividad como un ideal inalcanzable, pero hacia el que hay que tender. En ese mismo artículo considera que lo que se ha dado en llamar honestidad periodística es una suerte de sucedáneo de la objetividad que supone una renuncia a la verdad.
Aquel artículo provocó como reacción la publicación de un texto-respuesta6 en el que el autor sostiene que la objetividad no existe ni siquiera para la Física, como demostró el Nobel de Física W. Heisenberg cuando planteó el principio de indeterminación. Y si la objetividad no existe para una ciencia abstracta como la Física, tanto menos para el periodismo. La objetividad no existe, no por una renuncia a la verdad, sino por la estructura misma de nuestro universo. El mundo, para el hombre, es mucho más que realidad (o hechos, como suelen llamar los periodistas a la realidad extramental).
Los hechos, por sí mismos, no son verdad. La verdad se da en el intelecto, y es la adecuación del intelecto y la cosa.7 Y luego la verdad se ha de expresar con palabras. Hay, en la constitución del mundo del hombre, algo “objetivo”: la cosa, los hechos. Pero aquello no está completo, no es verdadero, si no ha sido comprendido y puesto en el corsé de las palabras. Y esto, necesariamente, ha de ser subjetivo. Se emplea aquí el término “subjetivo” como perteneciente al sujeto, sin connotaciones negativas. El hombre pone algo suyo en el mundo cuando lo entiende y cuando lo expresa.
El periodismo de Kiko Llaneras es subjetivo: él recibe gran cantidad de datos inconexos, los ordena, les da sentido, enseña a su público a leerlos. Muchos hechos no hacen Periodismo. Lo objetivo es lo contrario de lo periodístico, el reportero lo sabe bien. Su norma no ha de ser la objetividad, que llevaría a coleccionar hechos, sino la honestidad. Un reportero honesto asume su rol de acercarse a la realidad, comprenderla, ordenarla y contarla. Esto es lo que se espera de un reportero, lo que da razón de ser a la profesión. No puede haber un reportaje objetivo, debido a la naturaleza del reportaje, del periodismo y del hombre. El reportaje es una historia, y contar una historia exige determinar un principio y un final, unas palabras, unos hechos desde una óptica concreta, y no engañar al lector. La objetividad es enemiga de la verdad; la honestidad la asegura.
IV. Idiomas y lengua
Abordaremos en este apartado un tema capital: el estilo. Trataremos en especial el reporterismo en prensa, aunque mutatis mutandi lo que sigue es aplicable al reporterismo para radio, televisión y plataformas multimedia.
A veces caen en las manos de los editores textos de periodistas que han ido a zonas de conflicto y han vivido historias extraordinarias, pero que son impublicables porque su estilo no da la talla, el texto está desordenado, las palabras no son las adecuadas, etc. De lo que deducimos que es fundamental para un reportero dominar su materia prima, a saber, las palabras.
Las palabras son la herramienta de trabajo de un reportero, y ha de saber usarlas igual que el cirujano utiliza el bisturí. Es muy ilustrativa a este respecto una anécdota que cuenta Kapuscinski en Viajes con Heródoto. El reportero polaco había viajado a China, pero no hablaba chino. Se percató de que había una barrera insalvable entre él y el mundo que quería contar: la Gran Muralla de la Lengua. “Me rodeaba por todas partes, aparecía cada vez que un chino abría la boca, la levantaban conversaciones que no entendía, los periódicos y la radio, igualmente incomprensibles, las inscripciones en las paredes y las pancartas, en los productos de las tiendas y en las entradas a las instituciones, aquí, ahí y allá, por todas partes. ¡Qué ganas tenía de que mi vista se topara con una letra o una palabra conocidas, qué deseo de aferrarme a ellas, respirar con alivio, sentirme en casa, a mis anchas, pero en vano! Todo era ilegible, incomprensible, inescrutable.8
Para un reportero, la lengua es fundamental en dos sentidos. En primer lugar, como herramienta para acercarse al mundo. Es necesario saber idiomas. El reportero que habla más idiomas es más capaz de encontrar las historias que los demás no ven porque están al otro lado de la Gran Muralla.
En segundo lugar, la lengua es fundamental también para contar el mundo. Poner nombre a las cosas es apropiarse de ellas, como hace Adán en el Génesis; es separar con exactitud y claridad. No es lo mismo decir árbol que decir pino, acacia o cerezo japonés. Conocer el nombre de las cosas es poder contar el mundo con mucho más rigor.
Pero no se trata sólo de atesorar sustantivos: hay que conocer las leyes de la gramática y de la ortografía, los recursos literarios y las estrategias retóricas. Todo ello contribuye a crear una voz propia, que el reportero necesita para dar valor añadido a sus historias. Los reportajes no se leen sólo por lo que cuentan, sino, sobre todo, por cómo lo cuentan.
Por todo ello el buen reportero ha de ser, ante todo, un humanista, una persona culta y cultivada, un hombre de letras; en definitiva, un profesional de la palabra.
V. Las preguntas adecuadas
David Beriain recordaba una anécdota de un conocido director de periódico español que alardeaba de uno de sus reporteros asegurando que era el mejor del mercado porque era capaz de “bajar al infierno”, aunque luego no supiera qué preguntarle al diablo. Beriain responde irónicamente que “si no sabes lo que vas a preguntarle al diablo, ¿para qué vas al infierno?”. 9
En efecto, siguiendo la línea de Beriain, el trabajo del reportero no consiste en correr riesgos, sino en contar buenas historias. Muchas veces el riesgo es necesario, pero lo importante es el resultado. Para ello hay que resolver una ecuación con dos incógnitas, el riesgo y el resultado, donde el mejor trabajo es el que obtiene el mejor resultado con el menor riesgo. Y ello exige del reportero habilidad para saber cuáles son las preguntas adecuadas en cada situación.
VI. Conclusiones. La figura del reportero
Según Kant, la forma en que cada uno vive su vida es también la propuesta de vida que hace para toda la humanidad10. Ser reportero es apostar por un estilo de vida muy exigente, romántico y atractivo. Quien es de verdad reportero no deja nunca de serlo, porque compromete su existencia con ese camino. Y por eso la figura del reportero resulta atractiva, porque se trata de personas que comprometen su existencia con un ideal y están dispuestas a llegar por él a las últimas consecuencias.
No basta para hacer buen reporterismo sentir una llamada a este estilo de vida, que puede resultar atractivo para muchos. Las virtudes principales de un reportero, a nuestro juicio, son las que hemos estudiado someramente en estas páginas: curiosidad, humildad, honestidad subjetiva, capacidad de hacer las preguntas adecuadas, dominio de diversos idiomas y capacidad retórica.
VII. Referencias
[1] AYESTARAN, MIKEL y LOBO, RAMÓN: Guerras de ayer y de hoy. ed. Colectivo 5W, pág. 114
2 ALCUDIA, MARIO y CERVERA, ESTHER: Las 5W del corresponsal. ed. CEU, pág. 16
3 FOIX, LLUÍS: Una tribu desdichada. Los ojos de la guerra (ed. Plaza y Janés Editores, pág. 247)
4 DE LA-CHICA, MANUEL y PEÑARROJA, TEO: “David Beriain: ‘A veces la historia más grande está en el lugar más pequeño’”. Nuestro Teimpo, Invierno 2017
5 LLANERAS, KIKO: Sobre la objetividad: existe, importa y está al alcance de los niños. Jot Down, marzo de 2016
6 PEÑARROJA, TEO: Presuntos objetivos. Medium, 11 de marzo de 2016
7 DE AQUINO, TOMÁS: De veritate, q.1 a.1
8 KAPUSCINSKI, RISZARD: Viajes con Heródoto, ed. Anagrama, 2016, p. 77–78
9 DE LA-CHICA, MANUEL y PEÑARROJA, TEO: op. cit.
10 KANT, IMMANUEL: Antropología