“El tete Teo tlabaja pelsiguiendo a los malos”, o por qué hay que hacer prácticas en un medio local

“Era una prueba, porque pensé: ‘Bueno, si en esta situación demuestro que puedo hacerlo, luego me mandarás a donde a mí me interesa, que es a Iraq, Afganistán, Libia, Siria, donde sea…’ […] Entonces me golpeó la realidad. Nunca olvides que la realidad es más grande que tú”. Eso me contaba una vez David Beriain sobre una historia de la pesca del percebe. Yo quería titular por otro lado, más épico, y hablar sobre la gratuidad del amor que recibe el reportero de conflicto. Pero la editora pensó que era mejor esta otra frase: “A veces la historia más grande está en el lugar más pequeño”.

Eso es lo que me ha pasado a mí este verano. Empecé mis prácticas en Las Provincias el 1 de junio. Cuando un par de profesores me dijeron que era una gran idea hacer prácticas en un medio local levanté la ceja un poco incrédulo. La primera vez que pisé la redacción me dije: “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?. Yo tendría que estar en Togo con Dani, o con Manu en ese piso que nos dejaban en Nairobi para acercarnos a la frontera de Sudán del Sur y seguir los movimientos migratorios. O con Japo contando las historias del hospital del Congo donde trabaja su hermano”. ¿Pero escribir sobre el botellón en el Cabanyal? ¡Menuda desfachatez! Pero el verano es largo y, bueno, mañana me voy a Chile para cuatro meses, y tampoco iba a hacerle a mi madre la sucia, ¿no? Además quería vivir la vida de redacción.

Esto lo digo sobre todo para mis colegas de las facultades de Periodismo: ¡Haced prácticas en medios locales! No sabéis lo buenas que son. Cuando pedí estas prácticas pedí que me metieran en la sección de Local. “Así al menos pisaré la calle, que es lo que me gusta”, me dije. ¡Y vaya si la he pisado! Una de las primeras historias que escribí (fue una tontería, vale, pero me gustó) fue este repor sobre la Selectividad. Ahí descubrí que en las soft news (que, por otra parte, es lo que a mí me gusta: crónicas y reportajes) el respeto a la libertad del periodista es total, aunque el periodista sea un puñetero becario recién llegado como yo. Y también aprendí que el texto es tuyo de la firma para abajo. Hay alguien con más experiencia que hace titulares seguramente menos poéticos que los que tú pondrías, pero más informativos, llamativos, exactos, y etcétera. Si tienes corazón de poeta, reconoce que tu texto empieza debajo del subtítulo, y respira: ese es tu espacio y nadie te va a molestar.

También he descubierto que el periodismo local y el internacional se parecen muchísimo: para hacerlo bien hay que estar ahí. Estuvo muy guay ese día que me mandaron con un teclado portátil a la playa de la Malvarrosa para ver el ambiente de la noche de San Juan. Luego de hablar con la gente y empaparme bien de todo tenía que sentarme a escribir para mandarlo a la redacción cuanto antes. Otra cosa chula de esa historia fue escribirla con Àlex, porque siempre se aprende mucho de la gente que va por delante.

No fue la única vez. Escribí con él otra historia sobre los comercios de toda la vida que están cerrando en el centro de Valencia. Aprendí muchísimo de esa historia; de cómo hay que tratar a la gente, que te abre un pedazo de su vida para que tú lo conviertas en un personaje de tu texto. ¡A veces en un personaje secundario que sólo dice una frase! Por eso es importante abrir bien los ojos para contar la realidad.

Aún aprendí más de esa historia. Aprendí algo que sospechaba, pero no estaba demostrado: que, a veces, el periodismo cambia las cosas, aunque sólo sea un poco. Algunas semanas después de que se publicara ese reportaje me avisaron de que habían llamado al periódico preguntando por mí. Era una de las protagonistas de aquella historia. Cuando fui a visitarla se echó a llorar de la pena que le daba cerrar la tienda. La tienda en cuestión me recordaba muchísimo a la de mi abuela, y ya conocía antes de pisarla el ambiente que iba a tener. Cuando mi abuela cerró la tienda se quedó tan hecha polvo como la señora con la que hablé. El caso es que llamaba para darme las gracias “por lo bien que has reflejado el ambiente de la tienda”, y para contarme que su hijo finalmente había encontrado trabajo. Al cerrar la tienda, su hijo, que trabajaba con ella, se iba a quedar en la calle. Pues bien, unos días después de que saliera ese reportaje, que fue de lo más leído del periódico ese findesemana, alguien llamó para ofrecerle trabajo a su hijo. No sé. Quizá. Lo que me impresionó fue que la mujer me estuviera tan agradecida por a penas un par de párrafos. A ella sí que la hice feliz.

En cambio casi me cae la cara de vergüenza cuando me llamó el hijo de este hombre al día siguiente de que se publicara en la edición en papel del diario un párrafo anunciando su 100 cumpleaños. Unos días antes yo había pasado una hora entera hablando con él. El señor es una enciclopedia viviente de la historia del periodismo valenciano. En fin, que se habían disgustado mucho porque casi no le habíamos dejado espacio. Tenían razón. Al final publicamos el texto original, algo más largo, en la web. Lo que me alegró el día fue que el jefe de sección me llamó, teléfono en mano, para pedirme el número de ese señor. Se lo di, y le pregunté para qué lo quería. “Es que han llamado del despacho del presidente de la Generalitat, que ha leído la historia de ese hombre y quiere felicitarle su cumpleaños”, me dijo. Así me quedé más tranquilo.

Para hacer esa historia, Lladró me llevó a la hemeroteca. La hemeroteca es ella misma un motivo suficientemente pesado como para hacer prácticas en un diario local. Bueno, al menos en Las Provincias, que, junto con El Norte de Castilla y El Faro de Vigo, es uno de los periódicos más antiguos de España. Esa tarde disfruté como un enano viendo las ediciones del diario del siglo XIX. O leyendo crónicas en directo de la Revolución Rusa. Y con la publicidad de los setenta. ¡Qué cosas!

Por las mañanas, cuando salía para ir a trabajar, le decía a mi primo de tres años que iba a perseguir a los malos. Al final se lo aprendió. El otro día alguien le pregunta en qué trabajo, y él responde, todo puesto: “El tete Teo tlabaja pelsiguiendo a los malos”. También me tocó hacer algo de eso. El periodismo local tiene mucho de hard news, y la responsabilidad suele ser mayor que en un medio nacional. Si Rajoy miente en sus declaraciones sobre la Gürtel, toda España está pendiente de eso. Ahora, si Pere Fuset hace con dinero público una encuesta ilegal sobre intención de voto, o Vicent Marzà se pasa por el forro las decisiones del Tribunal Superior de Justicia, o Giuseppe Grezzi se va cuatro días a un congreso en Italia que en realidad dura dos (con dinero del Ayuntamiento, claro)… entonces o lo contaba Las Provincias, o los malos hacían de las suyas sin que nadie se enterase nunca. Aprendí muchísimo de los compañeros que se dedicaban a eso, a contar las cosas que los malos no quieren que se cuenten. Me gustó escribir la historia del tribunal cuatro de las PAU, que cometió una injusticia enorme a un montón de alumnos. Y alguien tenía que contarlo. Y me tocó a mí.

Y además de todo eso, he tenido una libertad enorme para buscar las historias que he querido. He podido escribir historias de denuncia, como esta sobre la situación de los enfermos de alzheimer; de curiosidades, como esta sobre el quidditch muggle; de esperanza, como la adaptación de Joseph, que es sirio, a la vida en Valencia… Estoy seguro de que en ningún medio nacional le dejan al becario escribir ese tipo de historias. ¡Pero en local hay que hacer de todo!

Además de todas esas cosas también me ha tocado escribir sobre toros, como a Chaves Nogales (y eso que ni los entiendo ni me gustan, más allá de la ‘coca en tomata’ y los ‘tramussos’), sobre el tiempo (una vez pasé el día entero con un termómetro midiendo la temperatura de los edificios públicos) y sobre cosas de lo más peregrinas. Y escribir breves, que son mininoticias de un párrafo o dos. Y adaptar teletipos y noticias de agencia, que es un rollo macabeo, pero oye, de todo se aprende en esta vida, y así recuerdas que eres el becario.

Pero de lo que más se aprende es de los compañeros. De los expertos y de los jóvenes. Y ves que todas las batallitas que has leído en los blogs de esos periodistas que admiras sobre el ambiente de la redacción son todas ciertas. Que ahí nadie está bien de la cabeza, tú tampoco. En seguida eres uno más del equipo. Y, la verdad, no sé cómo serán las cosas en otras redacciones, pero a mí siempre me dio la sensación de que cuando alguien perdía su tiempo explicándome algo lo hacía con gusto y con generosidad. Y eso se agradece mucho. Uno de ellos me decía: “No te dediques a esto, huye ahora que puedes”. Cierto, es jodido. Pero lo que nos dijeron es verdad: este es el mejor oficio del mundo.

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