El sábado -que era día 13, y como todo el mundo sabe, el 13 da mala suerte- estaba en la calle Mayor y no llevaba paraguas. Todo el mundo sabe que cuando cojo el paraguas no llueve, y, en cambio, si no lo cojo, llueve. Y como era día 13 y no llevaba paraguas, evidentemente, se puso a llover. Y como llovía decidí refugiarme en una librería low cost de segunda mano. Creo que es nueva, porque no me suena haberla visto antes. Como era día 13 y llovía y no tenía paraguas y me había refugiado en la librería low cost de la calle Mayor, la librera me miró y me dijo:
-Cerramos a las ocho.
Lo cual sería un comentario muy inocente si no fueran las ocho menos diez. No perdí la fe porque, como dice siempre don Jaime Nubiola: “Si no le gusta el tiempo en Pamplona, espere diez minutos”. Así que me acerqué a una estantería y lo primero que vi fue un volumen amarillento titulado La mar es una mujer terrible. O algo así. Pero estoy seguro de que ponía “la mar”. Todo el mundo que le tiene un poco de aprecio a la mar la llama en femenino, porque la mar es mujer, y por ese motivo decidí abrir el libro, que su antigua propietaria había firmado y fechado en 1998, con un punto entre el 1 y el 9, en tinta azul.
Cuál fue mi sorpresa cuando abrí el libro y, en la primera página, encontré, seco y aplastado, un trébol de cuatro hojas. Fue uno de esos momentos místicos en los que sabes que el universo está de tu parte, como cuando cruzas una mirada y no necesitas nada más. Hubiera comprado el libro si hubiera tenido a mano algo más que los escasos tres euros que llevaba en el bolsillo, así que lo devolví a su lugar. Cuando se lo conté a mis amigos me dijeron que por qué no me quedé el trébol y devolví el libro, y casi los mato. ¡No se puede hacer eso! Si la antigua dueña del libro le había dejado un trébol de cuatro hojas es porque hay una historia detrás. Uno no puede llevarse el trébol. O lo coges entero, con su misterio y todo, o lo dejas ahí. No puedes hacerlo. Es romper una voluntad misteriosa y compacta, desconocida y probablemente imposible de conocer. Pero la dueña sabía que yo encontraría el trébol y que no lo separaría de su libro. Un libro que, probablemente, significaba algo importante para ella. ¿Por qué se deshizo de él? Quién sabe… A veces una relación hermosa tiene que acabarse. Quizá el trébol ni siquiera fuera para mí. A lo mejor era para el libro, y la señora solamente quería decirle “adiós, hasta siempre, suerte”.
Así fue como descubrí que el 13 no da mala suerte, y decidí que el amarillo tampoco. E si chove, que chova.
Lo de la lluvia, por cierto, es un asunto que no comprende Camila, la chilena que ha llegado a mi clase de intercambio. Como en Chile me trataron tan bien, uno de mis propósitos para este semestre es hacer que todo chileno que se cruce en mi camino se sienta como en casa. Cuando Salaverría, en clase de Ciberperiodismo, preguntó qué países estábamos representados en clase -España, Andorra, Estados Unidos, Ecuador, Perú…- Camila levantó la mano y dijo que venía de Chile. Y yo pensé: “Rubia, estás de suerte”. Así que me acerqué en el descanso y me presenté y le di mi número para lo que necesitara. Cuando volví a verla después del findesemana le pregunté que qué tal, y me dijo que bien. Le pregunté si había hecho amigos y me dijo que ya había salido de fiesta el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado, y que esta noche se va a Donosti a la Tamborrada. Pero que no entendía la lluvia. Que en Santiago, si avisan de que va a llover, uno se prepara, pero que aquí la lluvia viene sin avisar, y que, igual que viene, se va, y que eso la confunde. Y que no sabe si aguantará hasta marzo así. En fin, bienvenida a Mordor. Yo he visto llover, granizar, nevar y salir el sol en esta ciudad en el espacio de una hora.
Es agradable volver a pasear por los mismos sitios. El otro día fui al Gaucho y me tomé un pincho de foie. Casi se me olvida esa pequeña maravilla de la creación. Y otra vez la Ciudadela, el Rincón del Caballo Blanco, el Parque de la Media Luna, la Taconera, la plaza de toros y la Plaza del Castillo, Estafeta, la Catedral, el anticuario de la avenida Roncesvalles -donde he encontrado una guía de viajes por España de 1852 que es una auténtica maravilla si no costara 250 euros-, la gente que te saluda con un escueto “aúpa” o, a lo más, “aúpa ahí”, y el Diario de Navarra.
Nunca se me olvidará un día que Kim Jong-Un lanzó un misil nuclear al océano y el Diario puso en portada, a toda plana, la noticia del mes: “Muere uno de los ciervos de la Taconera”. Los misiles nucleares, a la segunda página. ¡Bendito periodismo local! Yo vivo en el 3º D, y la puerta de al lado, el 3ºC, es la casa de una familia navarra donde las haya que está suscrita al Diario. Dani y yo tenemos clase de ocho tres días a la semana, y cuando salimos a las ocho menos cuarto, los vecinos no se han levantado todavía, y tienen en el felpudo, dándoles los buenos días, el ejemplar calentito del Diario de Navarra.
Estoy leyendo Extraños en un tren, el libro en el que se basó la película de Hitchcock. Trata de dos tipos que quieren asesinar a su mujer y a su padre, respectivamente, y se conocen en un viaje de tren. Uno de ellos siempre está urdiendo planes para asesinar gente, aunque nunca se atreve a ponerlos en práctica, y en medio de un arrebato etílico le dice a su compañero que tiene el plan perfecto: cada uno asesinará a la víctima del otro, y como nadie sabe que se conocen, la coartada es perfecta. Yo también estoy empezando a urdir planes para robar cada mañana el periódico a los del 3ºC. Aunque quizá sería más divertido cambiar el diario al felpudo del 3ºB y crearles un conflicto. No es que nos llevemos mal, pero los del B siempre se quejaban cuando dejábamos la bicicleta en la puerta. Una vez que montamos una fiesta nos tiraron un huevo a la ventana. Aunque seguramente los del huevo fueron los que el año pasado vivían en el 2ºD, porque la trayectoria del impacto tenía que venir necesariamente de la ventana de su salón o de la calle. En fin, misterios sin resolver.
El otro día vino Antonio Caño, el director de El País, a dar una clase sobre el futuro del periodismo. Hizo, creo yo, un análisis bastante acertado, pero la verdad es que nos dejó muy mal sabor de boca. Podría resumirse la charla en que está todo muy mal, no tenemos modelo de negocio, las fake news, Google y Facebook nos están jodiendo, no sabemos cómo saldremos de la crisis y además las nuevas generaciones de periodistas están mucho peor formadas que las de hace cuarenta años. Ah, y los sueldos están bajando. Y están recortando las plantillas, el periodismo de investigación y las corresponsalías. Bien, bien, bien. Bueno, si no puedo dedicarme al periodismo y se va todo a la mierda tengo un plan B y un plan C. El plan B es dedicarme a inventar frases para los sobres de azúcar. Tengo un modelo de negocio cojonudo, basado en los productos de Mr.Puterful. Voy a hacer unos sobres de café que tengan frases como: “Quítate esa cara de gilipollas” o “Este lunes va a ser otra vez una mierda pinchá en un palo”. Estoy seguro de que muchos bares comprarían mis sobres de azúcar y que pronto me haría de oro y podría expandir mi negocio a otros ámbitos, como los posavasos, los saleros, servilleteros o calendarios. Y luego puedo hacer una app super moderna y presentarme a algún concurso de jóvenes emprendedores y decir que aquello es una start up basada en la economía colaborativa con servicio on line y off line que pretende hacer del humor una forma de vida.
Mi plan C es rezar el rosario en Radio María. Si Medium me dejara insertar notas de voz verías lo bien que pronuncio los avemarías, que parezco el radiocaset de la tía Herminia, que en paz descanse.
Pero bueno, eso es sólo el plan B y el plan C. Antes de eso intentaré que me salga bien lo de hacerme periodista. Ayer me publicaron uno de los reportajes que escribí en Chile en Planeta Futuro, la sección de El País sobre pobreza y desarrollo. Todavía no me han pagado, pero confío en la honestidad del periódico más leído en lengua española. En fin, andaremos y veremos. E si chove…