De provincias

En la redacción de uno de aquellos vetustos periódicos en papel de tirada nacional –fábricas de periódicos‒, un no menos vetusto jefe de sección o redactor jefe, recibió la semana pasada a un grupo de estudiantes de Periodismo, entre ellos yo. Hablaba de los despidos que han hecho en los últimos años, de lo poco que se contrata ya, y, en un patético intento de infundir algo de esperanza, de lo buena que es la competencia por un puesto de trabajo para que los jóvenes nos formemos bien. (Sobre todo para ti, pensaba yo, que quieres contratar a los mejores por un sueldo melancólico). En medio del discurso dice:

– Vosotros, que sois de provincias –y se corrige en seguida‒ quiero decir, que no vivís en Madrid…

Heidegger –que diga lo que diga Cuartango fue un gran filósofo‒ publicó en 1934, en un periódico local alemán, un texto en el que explica por qué rechazaba por segunda vez la cátedra de Berlín para quedarse en la provincia, en Friburgo. “En verdad en las grandes ciudades ‒escribe‒ el hombre puede quedarse solo como apenas le es posible en cualquier otra parte. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia que no nos aísla, sino que arroja la existencia humana total en la extensa vecindad de todas las cosas”.

Quizá ‒el adverbio es falsa humildad, en realidad estoy seguro‒ el periodismo patrio necesita de la provincia para resucitar; de esa provincia de la que habla Heidegger donde uno puede sentarse a pensar, vivir la auténtica soledad.

Durante nuestro viaje a Madrid ‒el viaje, por cierto, se llama Fcom Tour 2019, y es una actividad del último curso de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra para conocer de cerca la realidad del mercado laboral‒ durante el viaje, decía, la escena se repitió más o menos parecida en varios de los titanics que visitamos, que comparten esa mentalidad decimonónica del periodismo como un ejercicio industrial, del papel como un síntoma de calidad, de todo lo nuevo como una amenaza. Empresas con deudas millonarias que quieren ofrecer más productos que antes con la mitad de plantilla y mucho más rápido, que creen que internet sirve para captar audiencias, olvidando que lo que necesitan son lectores, y devaluando, de paso, la parte buena del producto que ofrecen.

La conclusión: los grandes no han entendido nada y, salvo intervención divina o estatal, les quedan dos telediarios. Y también: hay otros lugares donde se crece y se contrata. Son espacios más pequeños, “webs” les dicen los grandes para marcar la distancia entre los medios y ellas, con plantillas jóvenes que crecen cada año y con una apuesta clara por lo digital y por la innovación.

Un dato: el 30% de los ingresos de El Confidencial vienen de su laboratorio de investigación digital. Quizá, digo yo, el futuro no sea tan negro después de todo. Mi futuro, quiero decir, el de los míos, que entendemos las nuevas formas de contar. Si alguno de aquellos vetustos jefes de sección quiere recibir una observación de un desdichado millenial, aquí la tiene: contrate gente joven y con talento y no los ponga a escribir titulares para el clickbait. Déjele un espacio para probar cosas nuevas. Déjele ser un poco de provincias.

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