Para corazones sensibles pero poco impresionables

Tatiana Tibuleac tiene una voz muy particular. Diré, por decir algo, que es una voz muy femenina y muy de la Europa del Este, aunque eso no dejan de ser clichés. Pero sorprende, sí. Abofetea. Una escritura muy poética, que baila sin pisarse los pies entre la suciedad y la delicadeza. Capítulos cortos como dardos. Si fuera por el argumento no lo hubiese comprado en la Feria del Libro. Un chaval problemático de diecisiete años hijo de padres polacos y divorciados y afincados en Inglaterra se va a pasar el verano a un pueblo remoto de Francia con su madre, que tiene un cáncer terminal. Eso el chaval no lo sabe al principio de la novela. Además odia a su madre con todas sus fuerzas. Las primeras páginas son desternillantes, pero te tiene que gustar el humor negro. Qué digo las primeras páginas, ¡las primeras frases! El libro empieza así: “Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás”. A pesar del tono, o gracias a él, el texto resulta extraordinariamente tierno. No es una historia de redención, de ascenso de los infiernos. En ese sentido se parece a Beigdeberg. Pero no mucho. Es un texto sobre la vida, es decir, sobre sus turbulencias y sinsentidos, pero también sobre su arrogante, sufriente, inexplicable belleza. Y sobre el sentido de la filiación, lo cual, ahora que lo pienso, es un drama muy europeo: ¿Cómo ser hijos sin tener padres? Leí hace poco una entrevista a la autora. Hay algo en su figura —una moldava afincada en París que no sabe si escribirá algún día otra novela— que me cautiva. La edición de Impedimenta es exquisita. Merece la pena comprar el libro incluso aunque no se lea, sólo por lo bonito que es. Aunque uno gana más leyéndolo.
Una respuesta a «La leja (I) – El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes»